Hace ya algunos meses empecé a trabajar en la provincia de la Unión, Arequipa; lugar bastante conocido por el Cañón de Cotahuasi, que atraviesa todo el lugar. Es precisamente en lo profundo del cañón que queda el distrito de Tomepampa, donde vivo.
Mi labor, dar sesiones de capacitación y asesoramiento a jóvenes de la zona en el tema de “Gestión Empresarial e Implementación de Bionegocios”. La idea me pareció genial desde un comienzo, esperaba trabajar en zonas rurales en proyectos de desarrollo, pero lo que me tocaría vivir sería muy diferente a lo que había vivido antes en sitios parecidos.
Me había dado cuenta que anteriormente había tenido muchas experiencias de “turismo social”, y claro por todo lo que había hecho me habían homenajeado y dado mil veces las gracias. Sin embargo se trataba ahora de cumplir objetivos a mediano y largo plazo, en temas algo más serios, pero dejando de lado un poco mi trabajo, deseo hablar de la otra experiencia, de lo que he podido apreciar en este tiempo.
La provincia de la Unión es estadísticamente una de las provincias más pobres del Perú, pero alejado de todo prejuicio de lo que significa pobreza, lo que se ve en el lugar son una serie de distritos y anexos de difícil acceso, poblado en su mayoría por pequeños agricultores. Aquí el cultivo es esencialmente para el consumo directo, es decir, la comercialización es mínima, por lo que no hay mayor ingreso de capital, que de conseguirlo han de recursearlo en otro lugar, tal como lo hacen la mayoría de chicos de colegio, que en tiempo de vacaciones, están en la ciudad en uno u otro trabajo eventual que les permita llevar algo de dinero a sus casas para otro tipo de gastos.
A diferencia de la gente pobre de ciudad que muere de hambre, aquí si bien la gente tiene que comer, sus posibilidades de superación son escasas, Los que hemos crecido en ambientes urbanos, de niños, al ver la televisión, a nuestros padres u otro tipo de canal, soñamos con que de grande seremos una y otra cosa, algo que se reproduce en muchos estratos sociales. Aquí no puedo imaginarme lo que hay detrás de la sonrisa de los niños de campo, cuales son sus sueños, a que aspiran, o es que acaso se sienten condenados a repetir la suerte de sus padres, sin opción a soñar más. A todo esto, la vida del campo no me parece una condena, pero en las condiciones que se da ahora y en lugares como este, si que lo es.
Son muchas historias de las cuales me alimento cada día en este lugar, todas nos muestran algo que no esta bien, algo que no es justo, alguien que no hace lo que debe; y me parece de lo más cómico ver en este, el año de las cumbres, como se promociona el mensaje de llamar al hombre extranjero, “hermano” y decirles “welcome to our home”, cuando de nuestros verdaderos hermanos de nación preferimos no enterarnos y esperamos aún mas no toparnos con ellos.
Una mañana que avanzábamos en la “4x4” de la institución dimos un aventón a un pequeño hombre que iba por el camino. Venia desde el distrito de Cotahuasi, donde había dejado a su esposa en la posta médica, tuvo que salir de allí caminando a las 3 de la mañana para caminar las 10 horas de distancia hasta donde esta su tierra, ver que animal podía coger para venderlo, arreglar algunas cosas en el campo, y regresar a ver como seguía su esposa, la mitad de los niños que asisten a los colegios en los lugares centrales de los distritos también deben caminar desde muy temprano para llegar al colegio desde donde tienen que salir apurados para realizar labores en el campo, y todo se desenvuelve así con la mayor naturalidad, como si eso fuera el mundo, y lo es, porque no hay más en este lugar.
Mi labor, dar sesiones de capacitación y asesoramiento a jóvenes de la zona en el tema de “Gestión Empresarial e Implementación de Bionegocios”. La idea me pareció genial desde un comienzo, esperaba trabajar en zonas rurales en proyectos de desarrollo, pero lo que me tocaría vivir sería muy diferente a lo que había vivido antes en sitios parecidos.
Me había dado cuenta que anteriormente había tenido muchas experiencias de “turismo social”, y claro por todo lo que había hecho me habían homenajeado y dado mil veces las gracias. Sin embargo se trataba ahora de cumplir objetivos a mediano y largo plazo, en temas algo más serios, pero dejando de lado un poco mi trabajo, deseo hablar de la otra experiencia, de lo que he podido apreciar en este tiempo.
La provincia de la Unión es estadísticamente una de las provincias más pobres del Perú, pero alejado de todo prejuicio de lo que significa pobreza, lo que se ve en el lugar son una serie de distritos y anexos de difícil acceso, poblado en su mayoría por pequeños agricultores. Aquí el cultivo es esencialmente para el consumo directo, es decir, la comercialización es mínima, por lo que no hay mayor ingreso de capital, que de conseguirlo han de recursearlo en otro lugar, tal como lo hacen la mayoría de chicos de colegio, que en tiempo de vacaciones, están en la ciudad en uno u otro trabajo eventual que les permita llevar algo de dinero a sus casas para otro tipo de gastos.
A diferencia de la gente pobre de ciudad que muere de hambre, aquí si bien la gente tiene que comer, sus posibilidades de superación son escasas, Los que hemos crecido en ambientes urbanos, de niños, al ver la televisión, a nuestros padres u otro tipo de canal, soñamos con que de grande seremos una y otra cosa, algo que se reproduce en muchos estratos sociales. Aquí no puedo imaginarme lo que hay detrás de la sonrisa de los niños de campo, cuales son sus sueños, a que aspiran, o es que acaso se sienten condenados a repetir la suerte de sus padres, sin opción a soñar más. A todo esto, la vida del campo no me parece una condena, pero en las condiciones que se da ahora y en lugares como este, si que lo es.
Son muchas historias de las cuales me alimento cada día en este lugar, todas nos muestran algo que no esta bien, algo que no es justo, alguien que no hace lo que debe; y me parece de lo más cómico ver en este, el año de las cumbres, como se promociona el mensaje de llamar al hombre extranjero, “hermano” y decirles “welcome to our home”, cuando de nuestros verdaderos hermanos de nación preferimos no enterarnos y esperamos aún mas no toparnos con ellos.
Una mañana que avanzábamos en la “4x4” de la institución dimos un aventón a un pequeño hombre que iba por el camino. Venia desde el distrito de Cotahuasi, donde había dejado a su esposa en la posta médica, tuvo que salir de allí caminando a las 3 de la mañana para caminar las 10 horas de distancia hasta donde esta su tierra, ver que animal podía coger para venderlo, arreglar algunas cosas en el campo, y regresar a ver como seguía su esposa, la mitad de los niños que asisten a los colegios en los lugares centrales de los distritos también deben caminar desde muy temprano para llegar al colegio desde donde tienen que salir apurados para realizar labores en el campo, y todo se desenvuelve así con la mayor naturalidad, como si eso fuera el mundo, y lo es, porque no hay más en este lugar.